miércoles, 17 de marzo de 2010

MITOLOGIA HINDÙ

MITOS EN LA INDIA
En los asentamientos urbanos del valle del Indo, entre los restos de la civilización precursora de Harappa, en las ruinas de las altamente evolucionadas ciudades de Harappa y Mohenjo-Daro, se han encontrado las imágenes en terracota y en sellos de cerámica de diversas divinidades que bien pueden considerarse como precursoras de las posteriores representaciones brahmánicas. Esta cultura, que ya se comunicaba regularmente con la mesopotámica en el siglo XXIV a. C., tenía al toro como animal emblemático principal, dado lo abundante de sus representaciones, seguramente como garante de la fecundidad y como símbolo de la vida tras la muerte; el toro o buey sagrado compartía su popularidad, a juzgar por el número de hallazgos, con una diosa madre que también estaría a cargo de la protección de la fecundidad, de un modo similar al que lo haría siglos más tarde la diosa Devi,esposa de Siva, una figura de la que pudo ser antecesora esta diosa innominada del valle del Indo. El ubicuo y predominante toro sagrado aparece también en otras representaciones de perfil ante una pira ritual, como lo hará después una de las advocaciones de Siva, Nandi; así como otra representación del toro sagrado, en lugar preeminente junto a otros animales, puede ser, por su parte, asimilada a la posterior advocación de Siva como protector de los animales, el dios Pashupanti. Otros animales emblemáticos terrestres y aéreos también aparecen profusamente en la cerámica de Harappa, y son, naturalmente, los mismos elefantes, tigres, serpientes, búfalos, águilas, monos, etc., que seguirán siendo parte importante de las personificaciones zoomórficas de los dioses del panteón indio.


INDRA, EL CAMPEON DEL SAT

Entre los asura, los seres espirituales, había una gran rivalidad, que se manifestaba en la pugna entre los dioses aditya y los demonios raksa. Esta pugna desembocó, finalmente, en una lucha que zanjará el dominio del mundo de los asura, a través del enfrentamiento directo entre los campeones de los dos bandos, entre el deva Indra, un hijo del Cielo y de la Tierra, que moraba en el aire, y Vritra, el dueño de los materiales necesarios para construir el Universo. El deva, el dios Indra, era un aditya elegido por sus compañeros para representarlos en el combate en el que debía vencer su campeón de una vez por todas. Su oponente, Vritra, era un danaba o raksa; su antagonismo venía de largo, hasta tal punto que se hizo necesario llegar a entablar el combate definitivo, aquel del que saldrá el jefe indiscutible. El deva Indra, tras beber la bebida sagrada, el soma, creció tanto que sus padres, Cielo y Tierra, tuvieron que apartarse para dejarle sitio; por eso él habitaba en el aire de la atmósfera que quedó abierta con su separación. Indra fue armado con el rayo (vayra) por Tvastri, el herrero de los dioses, y se fortaleció aún más tomando otros tres grandes jarros de soma, pero la lucha fue larga y difícil, porque Vritra, el danaba o hijo de Danu, era nada menos que una gigantesca serpiente que vivía sobre las montañas, ya que es sabido que las fuerzas del mal gustan tomar el aspecto de la serpiente. Indra, con o sin la ayuda de Rudra y los maruts, divinidades del viento, que en eso hay versiones distintas, combatió a Vritra hasta conseguir destrozarle el lomo con el vayra; y no paró allí, también Indra acabó con la madre Danu, quien cayó al morir sobre el cadáver del representante del mal. Pero del mal nacieron los bienes y, así, de su vientre nacieron las aguas de la tierra, hasta colmar los océanos, de cuyo calor salió el Sol; y con el Sol, el aire, la tierra firme y los océanos, ya fue posible construir el Universo, pues se poseían todos los materiales requeridos, y se dio forma definitiva el Sat de los dioses y de sus criaturas, mientras que el Asat invisible quedaba para siempre apartado y relegado a su no existencia.


BUDA, EL PRINCIPE ASCETA

El príncipe Siddharta Gautama, conocido por la posteridad como Buda (Iluminado), vivió entre los años 550 y 471 (a. C.) Nació al norte de Benarés, en Kapilavastu, con el anuncio hecho a Maya, su madre, según nos cuenta su leyenda, de que su vida sería la de un rey de cuerpos, un Kakravartin o la de un pastor de almas, un Buddah. Nació el prodigioso niño a través del costado de Maya, auxiliado por Indra y acompañado de dos serpientes de las aguas, dos Nasa, que crean sendas fuentes de agua caliente (Nanda) y fría (Upananda) para lavar a la criatura prodigiosa, que perderá a la semana a su madre. Su padre, el viudo rey Suddhodana, decidió rodearlo de todo lo más hermoso que estaba a su alcance, para evitar que fuera el hombre espiritual que se había profetizado, apartándole de todo aquello que le pudiera hacer pensar en las miserias humanas, y poniéndolo en manos de su cuñada y nueva esposa Mahaprajapati. Pero Siddharta, en su retiro perfecto, llegó a ver y a reconocer el sufrimiento ajeno, supo de la enfermedad y de la muerte y, sobre todo, vio en un monje la perfección que el padre quería proporcionarle con regalos y placeres. Fueron sus cuatro encuentros: con la vejez, con la enfermedad, con la muerte y con la serenidad. Entonces y tras vencer toda clase de tentaciones puestas por su padre, el príncipe Gautama, que se había casado con la más bella de las doncellas, con Gopa, y ya tenía un hijo, decidió seguir el ejemplo del monje, abandonando el mundo de esplendor de su padre. Según se cuenta, Siddharta tenía veintinueve años cuando decidió abandonarlo todo para buscar la verdad, y aún pasó otros seis años recorriendo la India en compañía de su fiel Chandaka, buscando esa serenidad admirada en el anónimo monje, pero su esfuerzo no se veía recompensado por el éxito; no había encontrado al maestro buscado, tampoco había alcanzado el estado deseado. Por fin, en la soledad de una noche de Bodh-Gaya, cuando se encontraba prácticamente al borde de la desesperanza, bajo las ramas del árbol Bo, Gautama fue iluminado y con la fuerza de la verdad, el Buddha comenzó su camino de predicación a la buena gente que encontraba a su paso. Su verdad era sencilla, nada hay de permanente en un Universo cambiante, en un Universo en el que nuestros actos, y no los dioses, nos premian o castigan con un nuevo nacimiento en el que nuestro ser, transmigrado, alcanzará un estado más perfecto o más imperfecto, según los méritos de nuestra propia vida, según haya sido de triunfal su lucha contra los anhelos y las pasiones.


http://www.ferrotren.com/WEB-MYTHOS/mythos/Textos-Mythos/Mitos_indues.htm